Buenas buenas, es un sabor agridulce volver a la rutina: tiene lo malo de volver al ritmo de siempre, tiene lo bueno de volver a usar mi computadora. En la planificación de la semana de descanso, mi mujer sólo me hizo un pedido: que la deje en casa.
Hice malabares para armar algunas notas y mantener el ritmo activo, ya que no era conveniente aflojar cuando el blog ha pegado semejante salto. Salió relativamente bien, aunque mi standard de calidad interno tiene un par de preguntas para hacerme.
Aún con mi oposición, debo reconocer que fue una buena decisión. Pude descansar y acomodar algunas ideas. Ver para dónde va a ir la cosa, cuál será el camino y los objetivos del blog en sí, y de Diazpez como alter ego, y del Pablo Diaz periodista.
Mientras hice todo eso, volví a agarrar la cámara. Y volví a maravillarme con la naturaleza en general y con las aves en particular. Me fascina observarlas volar, ver cómo miles de años de evolución las perfeccionaron para ser una máquina de vuelo insuperable. Tenemos mucho que aprender de ellas. Aprendimos un montón, podemos regodearnos en todo lo que aprendimos. Pero también, ver un ave es entender cuál es el lugar que nos toca en el universo.
Hace apenas 120 años que podemos pensar en volar, y hemos desarrollado esa capacidad desde la simple observación, la imitación hasta llegar a esta industria inmensa y compleja que hoy nos permite dejar el piso. Pero todo, todo, arranca de ver un pájaro y envidiarlo sanamente.
Un ave es el avión más complejo y perfecto que existe.Cualquier ave. Ojalá sigamos tratando de parecernos a ellas. Les dejo acá unas fotos que saqué. No tienen filtro, no me gusta tocar mucho las fotos. Que sirva también de agradecimiento a bancar estas mini vacaciones.