Boeing decidió dejar Chicago y trasladar sus oficinas corporativas a Arlington, Virginia, en una clara señal de acercamiento a los centros de poder político de Estados Unidos. Arlington se ubica del otro lado del río Potomac, frente a Washington D.C.
Bajo la idea de reducir costos y espacios de oficina ociosos, el fabricante decide dejar el fastuoso edificio que ocupa en Chicago, de 36 pisos y un valor aproximado de 200 millones de dólares, al tiempo que ya se desprendió de infraestructura en Seattle, cuna de la empresa.
La decisión causa controversia desde lo simbólico, ya que en un momento en el que se cuestiona fuertemente a la compañía por haberse alejado del núcleo del negocio -la ingeniería de maquinaria compleja-, acercarse al centro político y estatal estadounidense parece reforzar esa imagen negativa que Boeing intenta sacarse de encima.
La oficina de Chicago es, desde hace bastante, una “ciudad fantasma” ya que muchos ejecutivos no están usando el edificio: un poco por la pandemia y otro poco porque el foco del negocio está en otro lado. El CEO de Boeing se instaló por el momento en Carolina del Sur para monitorear de cerca la recuperación de la producción del 787.
En un camino diametralmente opuesto al de su principal rival Airbus, que dejó las oficinas de París y Frankfurt para instalarse en Toulouse, su centro de producción base.
En octubre del año pasado, ante un reporte de Reuters, un vocero de la compañía dijo que “Chicago es estratégicamente importante para Boeing en Estados Unidos y para sus operaciones globales”.
Poco tiempo después, algunos de los ejecutivos que están basados en Chicago comenzaron a vender sus propiedades, anticipando el abandono de la sede.
