La mañana del lunes 25 de marzo comenzó en la región con un cimbronazo: Dave Calhoun, CEO de Boeing, dejará su puesto a fines de 2024. Con la decisión, la compañía busca enviar un mensaje de cambio en -tal vez- el momento más complejo de su historia.
Calhoun asumió en marzo de 2020, tras la salida de Dennis Muilenburg, con una única premisa: limpiar la imagen de Boeing después de los accidentes de Lion Air y Ethiopian. En realidad, la tarea de Calhoun era otra: restaurar la confianza de la industria en los procesos de calidad, diseño y producción, que provocaron de forma directa e indirecta los dos incidentes.
También necesitaba enviar otro mensaje: con él, Boeing buscaría recuperar el foco en la ingeniería. Centrarse en los aviones, antes que en el dividendo. Volver a las fuentes, tras años en los que los caminos del directorio y sus empleados parecieron separarse. Mucho se dijo acerca de la injerencia en el cambio de mentalidad de Boeing tras la adquisición de McDonnell Douglas.
Con el diario del lunes, aquello de que Boeing compraba MDD no por los aviones sino por su equipo ejecutivo y su estrategia comercial se probó cierto. Y se probó un error.
Durante el mandato de Dave Calhoun no sólo fue imposible para Boeing dar vuelta la página y recuperar la confianza: más incidentes y problemas de calidad, producción y diseño vieron la luz.
Situaciones casi inverosímiles que serían inaceptables en una humilde fábrica de zapatos de algún lugar perdido de latinoamérica fueron apareciendo en una triste y preocupante secuencia. En un momento, fueron tantos los problemas simultáneos que era complicado sorprenderse. Y eso es mucho.
El arte de no poder no saber
Calhoun, Larry Kellner y Stan Deal, que también se van o los van en este sacudón intempestivo, no podían ser ajenos a la coyuntura: ninguno de los tres era un outsider, no llegaron hasta allí por una búsqueda en Linkedin. Desde mucho antes de que los promovieran para ser parte de la solución, eran parte del problema.
No podían desconocer qué pasaba dentro de las fábricas, no podían ser ajenos a la incestuosa relación de la compañía con la FAA. No podían desentenderse de la situación de su cadena de proveedores. Sin embargo, llegaron para dejar claro que el problema era Muilenburg, y que la solución estaba adentro. Debían reafirmar que era cuestión de conductor, que la máquina estaba bien. Debían, pero no pudieron.
Involuntariamente, fueron el testimonio de que los problemas de Boeing exceden a sus hombres y sus nombres. Hay un desfasaje enorme en el fabricante entre lo que tiene que ser y lo que hoy es. Ellos no pudieron desenredar la madeja. La pregunta ahora es quién podrá.
Muerto el Rey, viva el Rey
¿Será el momento para que Boeing busque a su próximo CEO afuera de sus filas? Sería un mensaje fuerte de cambio, tal vez el que la empresa necesita. Puertas adentro, podría enviar una señal de que la sucesión por el puesto más importante del (¿otrora?) fabricante más importante del mundo se termina; y con ello, varios ejecutivos deberán continuar su ambición de carrera en otro lado.
¿Cuánta reticencia generará en las generaciones que han iniciado y terminado su carrera en la empresa que venga un outsider a marcar los pasos en los que van a bailar? Es imposible saberlo ahora. Tal vez, la única certeza que esta hora entregue, es que quien acepte tomar las riendas de The Boeing Company hoy será dueño de una personalidad que mezcle en partes iguales valentía y fortaleza para hacer cambios mayúsculos en pos de sobrevivir. Porque en la tormenta más poderosa que Boeing haya enfrentado, el barco cambia de capitán.
Dave Calhoun, Larry Kellner y Stan Deal se van, entre las sombras de la hora más oscura. Bienvenido quien tome la antorcha, porque para Boeing, hoy es tiempo de valientes.