Historias de Aeropuerto, capítulo 3: Objetos olvidados

Andrés Lavallén

Hoy les voy a contar otra historia. Más que historia podría decir que es una anécdota, una anécdota que formó parte de mi día de trabajo, uno más de estos casi 9 años de aeropuerto.

Es miércoles, mitad de la mañana, para ser más precisos en estos momentos son las 09:37 de un día a pleno sol: “CAVOK”. No se ve una sola nube por la ventana, no hay niebla,  desde donde estoy puedo ver que todos los trabajadores que pasan caminando están de mangas cortas, livianos de ropa. Sin embargo yo estoy abrigado y con mis brazos cubiertos ya que el aire acondicionado, como es habitual, está muy fuerte.

Como todos los días estoy preparando el siguiente vuelo, tengo la meteorología lista, pienso que hoy es un hermoso día para volar: es una expresión que escucho a menudo exclamar a los pilotos en cabina cuando el día está así. Las noticias de aeropuertos, más conocidos como “NOTAMS” también están filtrados e impresos, nada significativo y el plan de vuelo ya se lo presenté temprano a las autoridades del aeropuerto. Tengo mi copia firmada y sellada, estoy colocando la copia en la documentación que se llevará la tripulación en el próximo tramo.

Hoy tenemos pocos pasajeros, pocos para lo que estoy acostumbrado a despachar: hoy vuelan 89 personas para un avión que tiene capacidad para 170, por lo que mi trabajo hoy requiere una atención mayor a lo habitual. Si no sigo de cerca cómo se va moviendo el centro de gravedad del avión podría ser peligroso, y digo peligroso porque están dadas todas las condiciones para que el avión quede muy pesado de nariz o muy pesado de cola, ¿y qué pasaría si yo despacho el vuelo así?  Se los contaré en otro momento, ahora estoy enfocado en que eso no suceda.

Momento, acabo de darme cuenta que me olvidé mi lapicera (bolígrafo) en la oficina de Aro Ais, el lugar donde me firmaron el plan de vuelo. Podría dejarla ahí y buscar otra en el cajón, lo que sobran en la oficina son lapiceras. Pero no es cualquier lapicera, es una que me regaló un amigo y la compró en la fábrica de una de las empresas más grandes de aviación, la mejor, pero voy a reservarme y no diré marca.

Salgo corriendo de la oficina, en el pasillo me cruzo colegas de otras empresas, uno me grita entre risas: ¿qué te olvidaste ahora?, no es la primera vez que me sucede. Bajo las escaleras, abro la puerta que me pone a metros de la plataforma y de 15 grados que mi cuerpo siente (con aire acondicionado) paso en un abrir y cerrar de puertas a 30. Me saco el abrigo, obviamente, hace mucho calor, camino hasta Aro Ais, sector “C”, cruzo la puerta y parece que me están esperando, tienen mi lapicera en la mano. Respiro aliviado: no la he perdido.

Vuelvo a hacer el mismo camino en sentido contrario para llegar a la oficina, ya pasaron 6 minutos de las 10 de la mañana. El avión está en vuelo hacia aquí, llega en 50 minutos aproximadamente y aún me queda trabajo por hacer. Activo el sistema con el que trabajo y algo no va bien, el centro de gravedad se ha desplazado hacia atrás y con el equipaje de bodega no logro contrarrestar el desbalance. Agarro el teléfono y llamo a mis compañeros que se encuentran en los mostradores para que me ayuden: esto también es trabajo en equipo. Al momento hay 53 pasajeros chequeados y mis indicaciones son claras, todos los pasajeros que se presenten hasta el momento del cierre del vuelo deberán ser chequeados en la sección delantera del avión, preferentemente entre la fila 1 y la fila 10. Y así se cumple mi pedido. Faltando 55 minutos para la salida del vuelo y con el avión llegando ya tengo nuevamente todo bajo control.

La tripulación con la que hoy me toca trabajar inició su día a más de mil kilómetros de distancia, pasan por aquí y vuelven a su punto de partida. Traen 170 personas, vuelo completo, y el procedimiento es el habitual, descienden todos los pasajeros, luego se realiza la limpieza del avión y una vez que el jefe o jefa de cabina autorice se inicia el embarque para el siguiente tramo.

El avión ya aterrizó, tengo que ir a hablar con la tripulación. Tengo que llegar al avión y así voy, pidiendo permiso y literalmente esquivando gente, voy en sentido contrario a todos los pasajeros. Voy hacia el avión caminando por la manga (puente, finger) mientras las 170 personas salen de él a diferentes ritmos, algunos más apurados que otros.

Ya estoy en la puerta, desde afuera saludo a la jefa de cabina, inclino mi cabeza hacia adentro para ver si faltan muchos por bajar, quedan aproximadamente 15 personas, en 2 minutos o quizás menos, el avión estará listo para que lo puedan limpiar. Voy directo a la cabina a llevar la documentación del tramo. El comandante, después de chequear los papeles me confirma el final de combustible, seis mil ochocientos kilos. Termino de hacer el briefing: la charla donde hablamos todas cuestiones relacionadas al vuelo y a continuación el primer oficial llama por frecuencia a la torre para informar la hora de salida y para consultar si hay demoras previstas para la partida. Después de unos instantes la voz del controlador se escucha en la cabina informando que el vuelo está sin demoras hasta ese horario, pero si por alguna razón no podemos cumplimentar la hora prevista nuestro nuevo horario de salida será 30 minutos después del original, algo que ni la tripulación, ni los pasajeros ni yo queremos que suceda.

Salgo de la cabina y mientras voy saliendo los pasajeros suben al avión, se repite lo de hace un rato, y entre permiso señor, permiso señora salgo de la multitud. Paso la puerta de la manga, que me lleva directamente a la plataforma al pié del avión. No tengo tiempo que perder, el avión está a menos de 30 minutos de volver a despegar y aún tengo trabajo que hacer: enviar la estiba con los pesos reales y la información del centro de gravedad. Ya estoy nuevamente en la oficina, después de unas llamadas a la persona que se encuentra al pié del avión supervisando que el avión se cargue como lo planifiqué, cargo los pesos, confirmo combustible y estoy  listo para presionar el botón “send loadsheet”. Por arte de magia, después de presionar ese botón, todos los cálculos que realicé son enviados al avión. Imprimo 2 copias, las firmo, las sello y bajo a la plataforma, tengo que llegar a la oficina de “Aro Ais” para llevar una de las copias, queda todo documentado por cualquier eventualidad.

 Voy caminando y veo que el avión ya cerró puertas, miro mi reloj y aún faltan 6 minutos para la hora de partida, lo logramos, lo sacamos en horario, gran trabajo de todo el equipo, la manga ya fue retirada y solo resta esperar a que el avión retroceda: es decir, que haga “push back”. Detengo mi marcha justo en frente de la nariz del avión, estoy a unos 20 metros de distancia, son esos segundos que disfruto y aprovecho para ver con otros ojos este gran invento del hombre, pero de repente siento que algo se mueve en el bolsillo izquierdo de mi pantalón, es el celular de la empresa y quien me llama es, según la identificación que muestra el celular, mis compañeros del arribo.

-“Hola, ¿qué pasó?” Es lo primero que me sale decir apenas contesto, como adelantándome de que algo puede llegar a pasar. Del otro lado una de mis compañeras me dice: -“Andrés, estoy con un pasajero del vuelo anterior que se olvidó un teléfono arriba del avión, en el bolsillo del asiento, venía sentado en la fila 19”. –“El avión ya está con puertas cerradas y con la manga retirada” le digo, -“Voy a avisarle a la tripulación, para ver, al menos, que el celular esté a bordo”, finalizo.

Mi contacto más rápido con el comandante y el primer oficial es el mecánico, que se encuentra debajo del avión conectado al avión con esos auriculares gigantes, similares a los de los Djs. Me acerco y le transmito la información al mecánico quien se la re transmite a la tripulación. Lo que ellos hablan yo no lo escucho, aquí abajo hay mucho ruido, incluso en este momento con los motores apagados, yo sólo miro fijo al mecánico, esperando que me diga algo. Miro hacia la izquierda y veo los ventanales de la terminal, enormes, y detrás de los vidrios está mi compañera, la que me llamó hace instantes para avisarme lo del celular. Expectante, puedo ver la expresión de su cara. Imagino al pasajero en ese momento, dándose cuenta que se olvidó un objeto personal arriba del avión y que ese avión está a solo 4 minutos de irse, imposible no ponerse en el lugar de ese pasajero. Siento que podría haberme sucedido a mí.

Ahora solo restan 2 minutos para la salida del vuelo y las chances de recuperar el celular son cada vez menos, cuando ya todos pensábamos que no había posibilidades de revertirlo, el mecánico, casi gritando me dice que encontraron el celular a bordo y que como no hay tiempo para abrir puertas me lo arrojará por la ventana, si, por la ventana. No hay tiempo para pensarlo, solo quedan 60 segundos para la salida del avión, ahora 59, 58, 57 y el tiempo sigue acortándose, pero ¿cómo voy a hacer? ¿cómo lo voy a agarrar? El interrogante es aún mayor: ¿lo voy a poder agarrar?. El comandante abre su ventana y me muestra el celular, y mientras pienso como colocarme o con que agarrarlo, lo arroja.  En estos momentos la escena transcurre en cámara lenta, veo como el celular viene hacia mí, hacia mi cara en cámara lenta, hay sólo 2 finales posibles, o lo agarro, o termina en el piso, y ¿saben qué? El celular no tiene funda. Todos miran, mi compañera detrás de la ventana mira, incluso el mecánico y un piloto de otra empresa que justo va pasando por aquí en frente, la gente que subió los equipajes al avión, incluso el operador que hizo la carga de combustible, todos, absolutamente todos tienen sus ojos en el celular que en estos momentos vuela por el aire.

Extiendo mis manos hacia arriba, como haciendo una pose de Dragon Ball Z, ya casi lo tengo, está a centímetros de mis dedos y finalmente lo atrapo, con las 2 manos, antes de que golpee con mi pecho, mis manos parecen estar en posición para rezar, pero con el celular en medio. Una imagen totalmente ajena al mundo de los aviones, respiro aliviado, miro hacia arriba a la cabina de mando y el comandante me muestra su pulgar hacia arriba con una sonrisa, cierra su ventana y en menos de 10 segundos el avión comienza a retroceder. Con lo justo, pero llegamos: misión cumplida, misión que se generó casi por casualidad, por un olvido, por un descuido y creo que a cualquiera le puede pasar, como a mí con la lapicera, en la mañana.

 Por suerte cuando hay buena predisposición, ganas y un poco de tiempo estas cosas son posibles y ese pasajero hoy se lleva un valor agregado de su viaje, el pasar de la angustia y la tensión al alivio y alegría, valor agregado que no está incluido en ninguna tarifa, que se hizo posible gracias al trabajo en equipo, que sólo depende de nosotros. Por último puedo decir que para trabajar en el aeropuerto, además de tener licencia aeronáutica, psicofísico al día, ser egresado en carrera de Turismo y/o saber idiomas, también hay que saber agarrar celulares en el aire.

6 comentarios en «Historias de Aeropuerto, capítulo 3: Objetos olvidados»

  1. Le tengo terror a esas ventanillas, porque si se traban o se rompe el burlete, es un muerto. Cuenta la historia que una vez alguien se olvido una campera, pero al revés, estando a bordo. Como ya habían sacado la manga, el comandante abrió la ventana para que le tiren la campera. La campera se abrió en el aire y no llego, y quedo colgada de uno de los pitot que estaba calentito porque era invierno. La tela de la campera se derritió y el vuelo se canceló. Por eso prefiero abrir la puerta y demorar el vuelo si es necesario, que tirar o meter cosas por la ventana.

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  2. Muy linda la historia, Andrés, como siempre bien narrada y, sobre todo, poniendo mucho corazón. Los aportes de Andrés y de GaboAir enriquecen significativamente los contenidos del blog, y, compensan para bien el sesgo ideológico que imprime Diazpez en muchas de sus notas, que, en mi opinión, no agregan demasiada claridad de información.
    De nuevo, gracias Andrés!

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  3. Hermosa Historia Andres!!!
    Pregunta de curioso, no te podrian haber apercibido o algo asi por comprometer la salida en horario de un vuelo?

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