«¿Qué quiere volar usted, Laferla?», me preguntó el cadete de segundo año mientras almorzábamos en el comedor de la Escuela de Aviación Militar. Mi mente, ya nerviosa por los primeros días en en la Fuerza Aérea Argentina, entró en crisis. ¿Cómo que qué quería volar? ¿Ahora tenía que responder eso? ¿Ya? O sea, obvio que quería volar, pero qué quería volar… eso la verdad que nunca me lo había planteado.
Tenía 17 años. Era marzo. Todavía me estaba sacando el papel picado de la fiesta de egresados de mi colegio y tenía los oídos aturdidos por los boliches de Bariloche ¿y alguien me estaba preguntando QUÉ QUERÍA VOLAR en mi primera semana como cadete? ¿Qué debía contestar? ¡Obvio! Lo que había contestado mi compañero cuando le preguntaron y que, en base a la reacción del cadete de año superior, parecía haber sido la respuesta correcta: «¡Aviones de caza, cadete!».
Como la respuesta de mi compañero, mi respuesta también dejó conforme al cadete de segundo año. Al que no había dejado demasiado conforme era a mí. La verdad es que nunca lo había pensado, pero ese día lo tuve que empezar a pensar porque la pregunta parecía interesarle a la mayoría de los cadetes de años superiores. «Y si, Matías. Estás en la Fuerza Aérea, entraste para volar». Pero ¿caza? Si bien había crecido escuchando y leyendo las anécdotas de los héroes del 82, viendo 23.413.515.151 veces Top Gun, El Vuelo del Intruso y Águila de Acero, sentía que había ciertas cosas que no estaba considerando. Otras posibilidades. Nunca fui mucho de seguir la corriente, ¿por qué tenía que hacer lo que la mayoría de mis compañeros querían hacer?
Durante los siguientes días mi cabeza seguía dándole vueltas al tema, hasta que un día una foto que vendían en el Centro Difusor del Libro de la EAM lo cambió todo: Un HUGHES 500 durante una campaña de tiro. Y ahí me fui nuevamente a mi infancia y a las tardes que pasaba horas frente al televisor viendo «El Lobo del Aire». No me lo perdía NUNCA. Y a las historias de los «otros» héroes del 82: los que rescataban pilotos eyectados o derribados, los sacaban del agua helada o de la casa de algún kelper.
Me di cuenta que hasta ese momento no había escuchado a nadie decir que quisiera volar helicópteros. «¡ESTO! ¡Esto quiero volar!» Compré la foto y la puse en la parte de abajo de la tapa de mi pupitre. Ahí donde casi todos mis compañeros, para motivarse y recordar para qué habían entrado, tenían fotos de M-5, A4AR o Pucará, yo tenía la foto de un Hughes 500D. Me convertí en un bicho raro. «¿Qué quiere volar usted, Laferla?» «¡HELICÓPTEROS, cadete!»
«¿¿Helicópteros??» Esa era la conversación que precedía generalmente a una batería de preguntas para entender por qué había tomado esa decisión «¿¿y qué sabe usted de helicópteros??». La verdad que no sabía nada. Pero en eso, al menos, estábamos en igualdad de condiciones. Y, poco a poco, mi interés fue creciendo, así como mis lecturas e investigaciones sobre los tipos de helicópteros, tanto los que había en la Fuerza Aérea Argentina, como los «de las películas».
Los años como cadete terminaron. Mi esfuerzo valió la pena. Fui destinado al Grupo Aéreo Escuela, al Curso Básico Conjunto de Aviador Militar. Un mundo nuevo, otro ritmo, otras exigencias. Fue como ponerse un chip de celular nuevo. Tan nuevo que el primer día nomás, me traicioné a mí mismo cuando, el que iba a ser mi instructor de vuelo (piloto de Pucará, él), me preguntó lo mismo que me habían preguntado hacía unos años atrás: «¿qué quiere volar usted, Laferla?» «Caza, señor», le contesté vacilante. ¡¡QUÉ COBARDE!!
Me puse rojo de la vergüenza conmigo mismo. Los nervios del primer día arriba del B45 Mentor con quien iba a ser mi instructor el resto del curso que iba a decidir el futuro de mi vida, me jugaron una mala pasada. «¿Caza? ¿No habíamos dicho que queríamos volar helicópteros?» Me decía la voz acusadora en mi cabeza.
Por suerte, mi instructor parecía haberle dado poca importancia a mi respuesta esa vez porque, a los pocos días me volvió a preguntar durante el debriefing de un vuelo qué era lo que quería volar. «HELICÓPTEROS, Señor.» Contesté muy confiado. «¿¿QUÉ??» gritó dándose vuelta y mostrándome su cara de desconcertado «¿¿Helicópteros??». Permanecí estoico. Con cara de póker. Por lo menos esta vez me encontraba seguro de que no se iba a olvidar mi respuesta…
Es que, incluso hasta el día de hoy, existe una «rivalidad» dentro de la Fuerza Aérea Argentina entre pilotos de ala fija (caza y transporte) y pilotos de helicóptero. Una suerte de Boca – River de la aviación, más relacionado con el folclore de la rivalidad típica que tanto nos «gusta» (?) a los argentinos que con una enemistad verdadera.
Los pilotos de helicópteros somos incomprendidos. O ser piloto de helicópteros es algo difícil de explicar. Casi tan difícil como explicar cómo vuela un helicóptero. Uno de mis primeros instructores de vuelo en helicópteros decía que «volar helicópteros es el máximo placer que se puede experimentar con la ropa puesta». Se resume bastante bien.
Hay una especie de halo misterioso con respecto a los helicópteros. Mucha gente se admira por las capacidades de estas máquinas, de ver un helicóptero «suspendido» en el aire, pero no se dan una idea de la complejidad de esa imagen tan simple.
Básicamente un helicóptero es una máquina que NO QUIERE VOLAR. Los creadores de los primeros helicópteros intentaron manipular las leyes de la física representadas en la fórmula de la sustentación para obtener una máquina que haga lo que ellos necesitaban que haga: que pueda despegar y aterrizar sin necesidad de una pista y, si es posible también, quedarse «flotando» en punto fijo en el aire, como un globo, pero que sea capaz de ir de un punto a otro a una velocidad considerable, como un avión. En fin, un engendro que provoca admiración y desconcierto por igual.
En estas entregas semanales me gustaría compartir humildemente con ustedes lo que aprendí sobre estas máquinas durante estos años, de lo que son capaces, para qué se usan (acá en Argentina y en el resto del mundo), compartiré alguna que otra experiencia personal, investigaré lo que no sé y trataré de explicar todo desde una perspectiva no tan técnica sino más simple. Vamos juntos a sacarle el misterio a este bicho raro que también forma parte de la industria aeronáutica y que, tal como lo conocemos hoy, es el producto de una prueba detrás de otra que comenzaron, entre otros, Juan de la Cierva, Igor Sikorsky y Corradino D´ascanio.
Si bien se considera a Sikorsky como el «Padre» de los helicópteros tal cual los conocemos hoy, fueron muchos los que contribuyeron a poder poner en «estacionario» (esto es cuando el helicóptero se encuentra «flotando» en el aire sin moverse en ninguna dirección) una máquina que naturalmente se rehúsa a volar. Don Sikorsky, ucraniano de nacimiento, se estableció en Estados Unidos después de la Segunda Guerra a donde llegó sin ninguna posesión y con 600 dólares. En 1939 comenzó con el desarrollo del proyecto que había iniciado a inicios del siglo XX: una máquina más pesada que el aire, que pudiera volar en cualquier dirección, el VS-300.
¿Y por qué se llama «helicóptero» y no «máquina con alas que giran»? Bueno, primero porque sería muy largo de decir y WhatsApp lo aceleraría en cualquier audio y segundo porque en el siglo 19 un francés, Pontón d´Amecourt, acuñó la palabra utilizando otras dos palabras griegas: «Heli» (hélice) y «pteron» (pala) para registrar la creación de un prototipo a vapor. Pero no creo que el inventor galo se haya llegado a enterar cuánto le molesta a cualquier piloto de helicópteros que le digan «HÉLICES» a las «PALAS». Cosas de helicopteristas…
Fotografías: Matías Campaya
Muy bueno el artículo Matías. Un Saludo. Miguel Marino VII Brigada Aérea.
Que interesante Maty…te admiro muchachito
Muy sorprendido con tu faceta escritora Mati!
Te mando un abrazo a la distancia y estaremos atentos a mas artículos.
Muy buena intro. Esperamos la próximas entregas…
Muy buen relato Matias!!! Para un helicopterista nada mejor que otro helicopterista!!! Felicitaciones y vamos para adelante….Sergio QUIÑONEZ
Felicitaciones Matías!!! Hace rato que no leo algo tan simple e ilustrativo del mundo de la aviación.
Esperaremos los siguuentes artículos.
Saludos desde el Chaco!
Para mí, cirujano pediatra, operar corresponde al mayor placer que se pueda tener con la ropa puesta.
Muy lindo relato y fina pluma. Te saluda un viejo helicopterista Miguel Dardo Carranza
Muy buen relato y sumamente sencillo, que vueles alto con tu aporte literario.
Ansioso por las próximas notas!!!
Muy interesante la historia personal de él!!
Es tu pasión y te felicito por lograrlo
Excelente
Con 61 años, veo esto que escribes y tú edad y me remonto en mi época de estudiante cuando ya desarrollaba pasión por los helicópteros ; que lamentablemente por cosas de la vida nunca pude desarrollar. Pasión que nace desde la guerra de Vietnam viendo los UH-1 hacer su trabajo y desde ahí nunca deje’ de estar observando todo lo referente. Te felicito y te deseo el mejor de los éxitos.
Toda pasión….lindo relato que describe la atrapante experiencia de volar helicópteros y también estar en lugares donde solo por este medio se puede llegar. Y muchas veces con la ayuda oportuna. Exitos Matías. Y un afectuoso saludo a todos los helicopteristas…con nostalgia…
Felicitaciones Matías te saluda un radioaficionado que de chico veía del lado de afuera de la base aérea de Moreno ver con admiración los MD 500 nunca tuve la posibilidad de subir,abrazo a la distancia LW4DPW.
Cuando continúa esta “saga”? ????????????
Aún recuerdo el día en el que me informaron que después de Navidad, en lugar de volver a la Academia, debería ir a la Escuela de Helicopteros de Madrid para volar Helicopteros.
Aún recuerdo también el día que, 7 años después, tuve que decidir si mi futuro sería volar un avión o un helicóptero en la vida civil.
Solo tuve que comparar mi experiencia en vuelos de avión y helicóptero, solo tuve que pensar lo que quería hacer: disfrutar cada vuelo con las manos en la palanca, o bostezar de aburrimiento mientras vigilas que el piloto automático haga todo el trabajo.
Hoy, 42 años después, no me arrepiento de una sola de las 9200 horas voladas en Helicopteros en medio mundo.