Mi papá se llamaba Franklin. Cosas de mi abuelo: con su hijo mayor homenajeó a Roosevelt, pero a los hermanos les puso nombres más fáciles. Así anduvo mi viejo por la vida. Llamándose Franklin y aclarando que no era Uruguayo.
Tenía un par de apodos, pero a mí el que más me gustaba era «Granflin» , producto de un conocido que tenía algunas dificultades en pronunciar correctamente su nombre. Yo siempre le dije Papá, salvo ya de grande cuando me animé a decirle «boludo» un par de veces.
Me enseñó todo lo que sé, porque me enseñó a aprender. A ser curioso. A valorar el conocimiento. Me enseñó a jugar al ajedrez, y me ganó consistentemente durante toda mi infancia. Jamás me regaló un partido. Cuando a los 18 retomé la práctica, y me volví realmente bueno, me jugó dos veces. Perdió feo, y no quiso jugar más. Hoy me da gracia el recuerdo, pero me daba muchísima bronca. Con el tiempo lo entendí: no podía permitirse dejar de ser Superman para mí.
En esa secuencia lógica, cruel y necesaria, mi viejo fue infalible mientras entendía poco, fue un estúpido cuando yo creía que lo sabía todo y fue humano cuando realmente lo entendí. Por suerte, pude disfrutarlo en su completa humanidad unos años. Pudimos ser pares, sin dejar de ser padre e hijo. Pudimos hablar de todo, café de por medio. Y, por sobre todo, hubo un montón de cosas que no hizo falta hablar.
Con él teníamos un ritual: los partidos de San Lorenzo se veían o escuchaban de a dos. Cuando era chico, si podíamos íbamos a la cancha. Me acuerdo de ir a Ferro, a Vélez, ir al Nuevo Gasómetro cuando lo inauguraron. Muchas veces elegimos verlo en casa, o escucharlo por radio. Pero siempre juntos, opinando del partido. Cuando fui creciendo, se hacía más difícil que estuviera en casa. Entonces, si no estábamos en el mismo lugar, lo llamaba y hablábamos cuando terminaba. Aún así, trataba de mantener la tradición.
Uno de los mejores recuerdos que tengo con él fue volver un domingo a almorzar, y estar viendo en la tele la previa de un San Lorenzo- River. Yo ya trabajaba, y entonces le dije «vamos a la cancha? invito yo.» Me miró incrédulo y me dijo «dejate de joder, empieza en una hora». A los 20 minutos estábamos arriba del taxi que nos llevaba al Gasómetro. Llegamos con el partido apenas empezando. Compramos platea, pero nos quedamos parados todo el partido en la boca de la escalera. Creo que ganó River. No me importó.
Otra vez, conseguí de casualidad dos entradas para ver la final de la Copa Mercosur, aquella que se iba a jugar el 20 de Diciembre de 2001, y que se terminó jugando en febrero. Nos fuimos los dos y vimos cómo ganábamos la primer copa internacional. Tampoco me importó. Yo había ganado antes, cuando le vi la cara de felicidad porque lo llevaba a la cancha.
A fines de 2013, fuimos a un médico. El tipo habló, pero parecía que lo que hacía era tirar golpes. Cáncer, Estadío 4, Metástasis. Yo salí impactado, él en negación. Nos sentamos y hablamos. Le dije que llegado el momento, si tenía que elegir entre calidad de vida o cantidad de vida, iba a elegir calidad. Lo dije con una suficiencia pasmosa. Jamás sentí tanto miedo como cuando llegó el momento en el que tuve que hacerlo.
Durante 2014, San Lorenzo jugó la Copa Libertadores, que terminaría ganando. Durante toda esa competencia y una vez por semana, mi viejo dejaba de morirse durante 90 minutos y descuento. Y yo dejaba de pensar en eso durante el mismo tiempo. Cuando se jugó la segunda final, la vimos juntos. El, ya en cama. Yo sentado al lado. Cuando faltaban dos minutos para que termine el partido, la mitad de mí quería que Kalinski la tuviese en el corner, pero que no terminara nunca. La otra mitad, quería que terminara de una vez el sufrimiento. Y no hablaba solamente del partido.
Cuando terminó el partido -porque inexorablemente, todo termina- lloramos. Un poco de emoción, un poco de tristeza, mucho de despedida. Despedida que tuvimos unos días después, durante una transfusión de sangre que se hizo larguísima. Hablamos de tantas cosas que no nos quedó nada. Me guardo ese orgullo.
El 16 de septiembre de 2014, mi viejo se fue. 6 días después, el 22 de Septiembre, San Lorenzo le ganó a Defensa Y Justicia 3 a 1. Y yo tuve la primera prueba cabal de que había muerto. Agarré el teléfono y estuve a punto de llamarlo. Hasta que me di cuenta. Fue la primera vez que me di cuenta que no volvería a hablar con él. Me recorrió un frío intenso por la espalda. Me sentí vacío y solo. Y lloré.
Suelo sentir esa ausencia en algunas circunstancias puntuales; y hoy parece ser una de ellas. Volvió el campeonato, San Lorenzo empató con Racing. Y yo miré el teléfono.
Me hiciste emocionar sin conocerte, porque lo que contas es lo mismo que yo vivo con mi viejo todos los domingos (somos gallinas los 2) y hace que ahora valore mas esta rutina futbolera.
Abrazo!
Hola, no somos del mismo club pero compartimos las mismas circunstancias, y dado que esto último es mas importante, me alegra que hayamos repartido puntos hoy 😉
Así como en la aviación la sustentación tiene su penalidad (resistencia), las cada vez mas frecuentes victorias de Racing y SL traen tambien (lamentablemente) mas llamados que no se hacen.
Abrazo!
Te quiero amigo !!!
Muy lindo lo que escribiste.
Leí tu blog un par de veces, pero llegué a este post medio de casualidad (por algo será, no?). Y me emocioné porque viví una historia muy parecida en la misma época. Diagnóstico en Julio de 2013, y mi viejo luchó hasta Abril de 2014.
La gran diferencia es que yo soy de Boca, y mi viejo de River. El 30 de Marzo del 2014 jugaron en la Bombonera, y fue la única vez que festejé un gol gallina. Por dentro, sin que él se entere. Porque la tradición decía que nos teníamos que gastar cuando uno le ganaba al otro. Sabía que era el último que íbamos a ver juntos, y quería que él se lleve esa alegría.
Empezaron ganando ellos. El primer gol lo sufrí como siempre, como cualquier gol del eterno rival a mi equipo amado. Pero me di cuenta que algo era diferente cuando Riquelme metió un gol y no lo quise festejar. Fue un festejo de compromiso, para mantener la tradición. En ese momento supe que iba a ser distinto a todos los superclásicos que habíamos vivido. Era el último, y tenía que ser para él.
Así que cuando sobre la hora el árbitro cobró un córner que no fue, no me importó. Y cuando de ese córner vino el gol de la contra, y lo vi festejando y gastándome, fue el único momento en el que River me hizo feliz. Porque él era feliz.
Gracias por hacerme acordar ese momento. No pasó tanto tiempo, pero los recuerdos lindos a veces terminan escondidos junto a los recuerdos no tan lindos de esos momentos finales.
Y perdón por el comentario tan largo, pero me surgió compartir el recuerdo para revivirlo mientras lo escribía.
Abrazo
Abrazo grande. Gracias por tu comentario.
Excelente post!..y los comentarios!..en todos me parece estar leyendo mi historia . MI viejo también se fue en 2014 y no hay un solo día que no piense en llamarlo, sobre todo después de los partidos de River. Si bien los últimos tiempos lo disfrute como loco, compartiendo su tratamiento medico por horas o encontrándonos a desayunar y charlar de futbol, politica y de la vida, a veces tengo la sensación de haber compartido poco. La ida de un ser querido es dificil de sobrellevar, pero creo que nuestro homenaje es pensarlos, extrañarlos y recordarlos sobre las enseñanzas y lecciones de vida que nos dejaron Abrazo
Abrazo inmenso!
Me siento tan identificado, mi viejo era igual y lo que más me duele, es que no pude despedirme de él, porque cuando llegué al sanatorio después de un día que me pasó de todo, él ya había fallecido. Y es muy duro, porque eramos demasiado unido, hacíamos todo juntos y cuando digo todo, es todo! De 24 hs que tiene el día, seguro que 20 las pasaba con mi viejo. Y ahora siento su ausencia demasiado, yo pienso que en estos casi 2 años desde que se fue, ya me acostumbré, pero la realidad es que no… Me despierto de madrugada y pienso que aún está en la habitación de al lado. Es un día de mierda para mi, no se como siguen con tanta publicidad del día del padre en los medios, es un chasco. Que bueno que lo pudiste tener unos años más, yo me quede sin él a los 27.
Me hiciste emocionar! Hermosas palabras….escribís muy lindo y, en mi caso, me transmitiste un mensaje.
Sigo mucho el blog. Me gusta, aprendo y de a poquito me das confianza para no sentir tanto miedo al volar! Seguí así! Gracias!
Hola DC !!!
Me hiciste moquear hasta la deshidratación…
a pesar de ya conoser la historia , es como esas pelis que ya sabes el final y la volves a ver y te emociona hasta el final una ves mas.
Gracias por compartir y traer a recurso algunas imágenes olvidadas y guardadas en algún rincón tapadas por cosas menos importantes …. gracias de nuevo
Llegue de casualidad por acá, por la situación similar de otro hincha cuervo. Con mi viejo fui de chico a la cancha y luego por TV y ya de grande, comentábamos por telefono en el entretiempo y al final. Así también con los partidos de mi selección (Perú), el Madrid, tenis y Fórmula 1…nuestro último partido fue este verano, estabamos en la playa, la U quedó fuera de la previa de la Copa por un gol de visitante a los 90 y aunque yo estaba furioso, a él pareció no importarle mucho. Lo notamos distante ese finde y una semana después, decidió terminar con su vida…no supimos (o no dejó) ver su depresión. Mi hijo tiene 2 años recién por lo que ahora también me quedó con un nuado al final de cada evento que compartíamos juntos (único hijo hombre).
Gracias por escribir esto igual. Me sentí muy identificado por el fondo.
Abrazo!
Eduardo
Abrazo grande, qué historia fuerte. Gracias por leer.
Gracias por haber escrito esto, estoy llorando de emoción y de empatía. En muchas partes del texto me sentí reflejada, muchas. Gracias otra vez, guardo mi historia parecida a la tuya para cuando no duela tanto expresarme. Beso