En Argentina, la gente quiere volar; dejemos que lo hagan

Edgardo Gimenez Mazó

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Estamos en el año 2017 y los recuerdos del siglo XX se vuelven cada vez más borrosos. Sin embargo en Argentina millones de personas continúan teniendo casi como única opción al transporte terrestre cuando necesitan viajar de un punto a otro del país.

Denle a elegir a una persona recorrer la distancia entre el punto A y el punto B en 15 horas a bordo de un colectivo que viaja a 100 km/h (#ponele) cruzándose unas ¿mil veces? con vehículos que van a la misma velocidad pero en sentido contrario y separados por menos de un metro a través de rutas infestadas de conductores inconscientes; o bien recorrerla en una hora a bordo de un avión que tiene detrás suyo todo el respaldo de una industria que ha hecho de la estandarización de procesos su bandera desde hace décadas, razón por la cual continúa siendo el transporte más seguro del mundo.

Salvo por cuestiones muy específicas, casi no hay chances de que elija ir por tierra.

Ahora, si el transporte aéreo sale dos, tres, cuatro o cinco veces más, si tiene frecuencias poco convenientes y no está apoyado por una infraestructura que lo vuelva confiable (en términos de cumplimiento de los vuelos y puntualidad), la persona, salvo también cuestiones específicas, elegirá ir por tierra; y es lo que de una u otra manera casi siempre ha ocurrido en la aviación comercial argentina.

Bajo el concepto de «revolución de los aviones», el gobierno nacional tiene como objetivo duplicar la cantidad de pasajeros de cabotaje para el año 2019 (esto ya lo había adelantado en una nota que publiqué el mismo día que Macri ganó las elecciones) siguiendo un mix de liberalización del mercado (aunque sin llegar a cielos abiertos, eso creemos), potenciación del rol de Aerolíneas Argentinas e inversión en infraestructura.

Muchos se oponen a esta política, desde gremios aeronáuticos hasta empresarios del transporte automotor. Algunos con argumentos más que entendibles y coherentes; otros en cambio, recurriendo a una larga lista de sinsentidos, uno de ellos, el que motivó originalmente esta nota, diciendo que el mercado está saturado y que no hay lugar para más compañías.

Si bien es cierto que difícilmente haya lugar en el corto y mediano plazo para que todas las nuevas líneas aéreas puedan desplegar sus planes al 100%, no puede negarse que en Argentina hay una gran demanda dormida. La gente ya no quiere perder más tiempo ni arriesgar su vida arriba de un colectivo. La gente quiere ir en avión. Pero hay un truco: también quieren que sea bastante más barato.

Y es así que la industria aerocomercial en todo el mundo ha sabido reinventarse para poder satisfacer esa demanda. Sí, se hicieron grandes sacrificios. Muchas compañías que parecían intocables sucumbieron. Otras se adaptaron y están más fuertes que nunca. Pero así y todo en tres décadas las aerolíneas pasaron de mover 842 millones de pasajeros en 1986 a 3.700 millones en 2016. Encima, con cada vez menos accidentes. Y empleando muchísima gente.

Todo parece indicar que ha llegado a la Argentina el momento de esa reinvención. Y hay que prepararse. Aerolíneas Argentinas viene desplegando una agresiva política comercial que, según informan mes a mes, está rindiendo sus frutos, además de seguir sumando frecuencias y aviones. Andes duplicó su red en seis meses y está en plena modernización. LATAM Argentina, bueno, sigue atada a las desventuras de su matriz y el complicado matrimonio arreglado entre LAN y TAM en el cual, eventualmente, se «encenderá la pasión» que derramará en nuestro país. Avianca Argentina será una cajita de sorpresas. Idem Flybondi y Norwegian Argentina. American Jet seguirá en lo suyo. Alas del Sur, quién sabe. Y todavía falta que llegue la nueva audiencia pública…..muchas nunca despegarán, otras se irán al año, tal y como pasa en cualquier otro tipo de industria (porque sí, aunque amemos la aviación y para nosotros sea única, ésta no deja de ser otra jugadora más en el mercado).

Pero lo concreto es que hace falta más oferta. Y hacen falta nuevos modelos.

Sino miren el caso que me llevó a escribir esta nota. El diario La Arena de La Pampa publicó la semana pasada una breve entrevista a Felicitas Castrillón, Directora de Relaciones Institucionales de Aerolíneas Argentinas, en donde menciona que desde que la compañía incrementó su oferta de asientos entre Santa Rosa y Buenos Aires en octubre del año pasado, el promedio de pasajeros transportados mensualmente pasó de 1.733 a 4.448. Desde hace años la compañía triangulaba sus vuelos a la capital pampeana con diferentes destinos (San Rafael, Viedma, San Luis y Mar del Plata), ahora opera non-stop hacia el Aeroparque Jorge Newbery, ofreciendo unos 4.600 asientos mensuales en la ruta. Además se modificó el horario para que los pasajeros puedan ir a la mañana temprano y volver a la noche. Más asientos disponibles, más posibilidades de conseguir mejores precios; a eso se le sumó el horario más conveniente y, voilá, 156% más de pasajeros. Lo que mencioné en el cuarto párrafo.

Ver también: Los charters estudiantiles de Andes y la conciencia aerocomercial

Río Cuarto también es otro caso paradigmático, que pasó de no tener vuelos comerciales por 6 años a tener seis vuelos semanales en 2016, y empezar el 2017 con doce. O Resistencia – Córdoba, ruta abandonada por Southern Winds en 2001 y por Macair/Aerochaco en 2013 que Aerolíneas Argentinas retomó en septiembre de 2016 con tres vuelos semanales para luego subir a cinco.

Encima, todo esto, como ya lo dije en otras notas, bajo un contexto general en el que la economía no termina de arrancar.

Sí señores, la gente quiere volar. La torta todavía puede crecer muchísimo, tanto como para que Aerolíneas Argentinas siga mordiendo lo mismo o mucho más, como para que entren algunos nuevos jugadores y muerdan lo suficiente para saciar su hambre. En el camino se podrán crear miles de puestos de trabajo a lo largo y ancho del país en las nuevas compañías, en los aeropuertos y en todas las industrias que de una u otra manera se alimentan de la aviación comercial. Imaginen sino al que tiene la concesión del barcito del aeropuerto de Santa Rosa o a los taxistas, lo que habrá significado para ellos que circule un 156% más de pasajeros por mes. Imaginen lo mismo en aeropuertos como Formosa, Jujuy, Posadas, Resistencia, Corrientes o San Rafael.

Bar del aeropuerto de Formosa.
Bar del aeropuerto de Formosa.

Ahora, el rol que todavía le queda por cumplir al estado nacional es el de garantizar que esta reconversión de la industria aerocomercial argentina se lleve adelante sin poner en riesgo la seguridad operacional. En principio, modernizando la infraestructura aeronáutica (aeropuertos, servicios de navegación, servicios de salvamento, etc.), pero también controlando que las compañías (sean líneas aéreas como concesionarios, handling, mantenimiento, etc.) cumplan con todas las regulaciones para así reducir al mínimo la probabilidad de un nuevo WRZ o Fray Bentos. Porque un error o acto negligente no sólo puede provocar la irreparable tragedia y hecho criminal de llevarse consigo muchas almas inocentes, sino también, implosionar toda la confianza del público en el sistema aerocomercial (cuestión en la que el transporte terrestre parece estar blindado ante la opinión pública y los medios, si consideramos que todos los años provocan unos cuantos WRZ o Fray Bentos sin que se les plantee toda una reformulación de su industria).

Es momento de que la aviación comercial argentina de una vez por todas madure y se ponga a la altura de lo que el país necesita de ella. Aprovechémoslo.

2 comentarios en «En Argentina, la gente quiere volar; dejemos que lo hagan»

  1. Excelente nota, que ayuda a entender a muchos que hablan y opinan sin saber y menos informase, acerca de estos temas que hacen a que nuestro país sea moderno en hechos y no solo palabras.

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