Justo cuando la industria aerocomercial padece la mayor fragilidad de su historia a nivel global, cuando cientos de miles de personas han perdido su empleo en compañías aéreas, aeropuertos y otros proveedores, cuando mantener o no abierto un destino se somete a un escrutinio mucho más profundo, en Argentina las autoridades aeronáuticas se dan el lujo de, cada quince días, someter a todo el sistema a un stress que por repetido no deja igual de sentirse duro, en el que nadie sabe qué vuelos se autorizarán, en qué fecha, bajo qué parámetros, ni cuándo.
Justo cuando lo que más se necesita es certidumbre para poder hacer un uso más eficiente de los recursos, en Argentina cada quince días reinan los rumores, los trascendidos, las falsas esperanzas…el ruidoso silencio del gobierno en materia aerocomercial (que, ojo, en algunos temas, no este en particular, incluso molesta a los convencidos con promesas de campaña de cielos exclusivos).
No sorprende entonces que varias aerolíneas hayan pegado el portazo, siendo Ethiopian la última, esta semana.
Escudándose en aquella trágica (¿o premonitoria?) frase «por lo menos va a quedar una» muchos miran hacia otro lado porque evidentemente hay puestos laborales y «puestos laborales».
Y eso que todavía ni siquiera consideramos a los pasajeros. Personas que tienen todo el derecho de viajar hacia donde los reciban (porque no es solo el gobierno argentino el que ha perdido el norte en cuestiones de restricciones, miremos sino a Chile, buen ejemplo en tantas otras cosas pero también aferrados al cierre de fronteras). Personas que pueden viajar por turismo como también por trabajo, cuestiones familiares o de salud. Nadie puede juzgarlos por ello. Por mucho que algunos la añoren, no estamos en Alemania Oriental, y no debería estar reservado solo para determinada casta viajar al exterior.
Ver también: Argentina endurece restricciones: menos vuelos y cuarentena en lugares designados
Los pasajeros, el centro de la industria, a quienes más debe cuidarse y respetarse porque sin ellos la aviación sería un hobby caro, hoy están a la deriva en un mar de incertidumbre sin saber si sus vuelos saldrán o no.
Y a cinco días de que termine junio, a horas de que venza el decreto que rige la «cuarentena», aún cuando muchos medios replican rumores de fuentes anónimas pero supuestamente oficiales que hablan de que el flujo máximo de pasajeros diarios permitidos para arribar por Ezeiza se reduciría de 2.000 a unos 1.000 o incluso menos, y que hasta se podría imitar sistemas de alojamientos obligatorios en hoteles designados por el estado para realizar cuarentena como existe en el Reino Unido (para ciudadanos que llegan desde países «rojos») o Canadá, con costo a cargo de los viajeros, lo cierto es que las compañías aéreas no saben nada, que los pasajeros no saben nada, y no les queda otra que esperar lo mejor pero prepararse para lo peor, con todo lo que eso significa en recursos que, para la mayoría, no son infinitos.
Se entiende la subordinación a las autoridades sanitarias por la pandemia, pero cuesta creer que en 15 meses todavía no hayan podido trabajar en alternativas que no golpeen tanto a la aviación. Para eso están.
Por otro lado, cuesta creer también que los vuelos internacionales continúen centralizados en Buenos Aires, lo cual suma costos y riesgos sanitarios a los pasajeros del interior.
En el peor de los casos, ¿por qué no repartir el «cupo» de ingreso entre Ezeiza, Córdoba, Rosario, Mendoza y Salta? ¿o que los habitantes de las provincias vuelvan a ser ciudadanos de segunda en materia de conectividad aérea internacional forma parte de un proceso paralelo a la pandemia?
Volviendo al mes de julio, desde la industria, aunque prefieren no dar declaraciones directas caratulando a la situación como «delicada», también se mostraron sorprendidos en que se decida avanzar con semejante restricción escudándose en la mejora que ha habido en las últimas semanas y en la bajísima incidencia que tienen los arribos en la transmisión. Pero, de nuevo, es el último viernes del mes y siguen manejándose con trascendidos.
El mito de la responsabilidad individual
Que el transporte aéreo contribuya o no a la expansión de los contagios se apoya en una serie de protocolos que brindan muchas capas de seguridad. Ingreso a los aeropuertos restringidos a pasajeros, reducción al mínimo del contacto con el personal promoviendo la digitalización de procesos, presentación de tests negativos antes de viajar y al arribo, el uso de mascarillas durante todo el viaje, los famosos filtros HEPA y, como un último recurso, el aislamiento por determinada cantidad de días al arribar. Algunas cosas son más convenientes que otras para los pasajeros. El aislamiento, por lejos, es lo que menos gusta, ni a ellos ni a la industria, porque desincentiva los viajes.
Que, como habíamos informado en otra nota, la Dirección Nacional de Migraciones detectara en operativos en diferentes provincias que el 38% de quienes arribaron en vuelos internacionales no se encontraban realizando el aislamiento en sus domicilios o lugares declarados es, además de irresponsable, sencillamente darle razones a los sectores que prefieren cerrar por completo las fronteras.
Es inconveniente, pero «es lo que hay» y permitió cierta recuperación del movimiento internacional y debe respetárselo.
Pero también, que a 15 meses de la pandemia recién se estén haciendo ese tipo de operativos demuestra que el control hizo agua por todos lados e ingenuamente se apoyó en una responsabilidad individual que en demasiadas ocasiones el común de la gente ha demostrado carecer.
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