Esta mañana los trabajadores agrupados en Sindicatos Aeronáuticos Unidos (APTA / APA / UPSA / APLA / UALA) anunciaron que el próximo lunes 26 de noviembre realizarán un paro total de actividades en Aerolíneas Argentinas, como nueva medida del llamado «plan de lucha» llevado adelante para reclamar por el «incumplimiento por parte de la Empresa del pago de la cláusula compensatoria inflacionaria (cláusula gatillo) correspondiente al mes de septiembre, como así también el estancamiento evidenciado en la negociación salarial del Grupo AR/AU para el periodo 2018/19».
A esto último se sumó ayer la decisión de la empresa de suspender por hasta quince días a 376 empleados que durante la asamblea realizada el pasado 8 de noviembre se ausentaron de sus puestos o hicieron retención de tareas, en una medida que provocó la cancelación de más de 250 vuelos.
«A raíz de esta grave situación, los Sindicatos Aeronáuticos Unidos llevaremos adelante un plan de lucha en el que se adoptarán medidas de Acción Directa con afectación de actividades y Asambleas en puestos de trabajo en pos de la regularización de esta problemática», habían dicho los gremios anoche a través de un comunicado.
Pero la guerra de fondo para los sectores más duros es mucho más grande y también clave para el futuro de la industria aerocomercial argentina: en apenas diez meses se les metieron dos aerolíneas low cost (Flybondi y Norwegian) que, con todos sus altibajos, ya están operando más de veinte rutas y han captado alrededor del 10% del mercado doméstico. Y en 2019 podría sumarse JetSMART. Las tres con espaldas relativamente fuertes, dólares frescos y dispuestas a soportar cierta coyuntura apostando al mediano y largo plazo a la tercera economía latinoamericana, hasta ahora virgen de ese modelo de negocios (no son las Dinar, LAPA o SW que pudieron ser barridas de un plumazo con una crisis como la de 2001).
Todo lo cual hace tambalear a la estructura gremial aeronáutica que ha llevado décadas de lucha construir y mantener. Y saben que si se cae, o quizás peor aún, si se vuelve irrelevante, por simple asociación cada vez más gente empezará a preguntarse para qué sirve tener una «línea aérea de bandera».
Por eso, se podrá estar de acuerdo o no con los planteos que realizan, se podrá estar de acuerdo o no con la apertura del mercado aerocomercial argentino, pero dentro de la lógica gremial aeronáutica, es imposible pasar por alto la racionalidad y coherencia de su plan de lucha. «Vienen por todo», piensan, y no están muy alejados de la verdad, al menos, no de la suya.
Así que, salvo que el gobierno tenga preparada al menos la carta de una paritaria más generosa, podemos esperar un fin de año con bastante turbulencia en la aviación comercial argentina.
Atrapados quedan, como siempre, los pasajeros, la razón de la industria. Pero también muchos aeronáuticos que miran con angustia cómo el mundo conocido parece diluirse. Y como detrás de esos trabajadores hay familias, sueños y proyectos de vida, uno no puede simplemente quedarse con el facilismo de «que los rajen a todos». En algún lugar, equidistante a ambas posiciones, tiene que haber una solución.