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    Nunca es Tarde: La Travesía Previa al Viaje de Una Vida

    21 de mayo de 2017 - 20:00
    Nunca es Tarde: La Travesía Previa al Viaje de Una Vida
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    «Mamá, China, Un mes. Dejá?». Cinco palabras no muy conexas fueron todo lo que escuché en la vereda de la casa donde crecí. Me empecé a preguntar qué estaba queriendo decir el Chino del supermercado de al lado. Me estaba contando que su madre estaba en China por un mes? Que se iba a ver a la madre a China por un mes? Que dejaba a su madre un mes en China? No fue hasta que vi por el rabillo del ojo una cortina que se movía rápido que pude entender todo: Me estaba preguntando si la que podía ir a China por un mes era mi mamá.

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    Parte I: El Background.

    Crecer en una ciudad chica del Oeste del Gran Buenos Aires tiene ciertas ventajas, y seguramente ciertas desventajas que casi no recuerdo, y menos en comparación con el ritmo de la ciudad. Por suerte, tengo un buen recuerdo de mi infancia de suburbio: siendo hijo único, los amigos en casa, todo el día. Las noches hablando de bueyes perdidos en la vereda de Olga, la vecina que le tenía tanto miedo a las inundaciones que se hizo la casa 1 metro arriba del nivel de la calle. Y al lado de casa, vivía el Tano Rafael.

    Little Diazpez. Próximamente, concurso «encuentre al bloguero.»

    Como todos los abuelos Italianos de todos los barrios que vinieron a Argentina escapando de la guerra, Rafael trabajó mucho, hasta el último día de su vida. Se hizo una casa a pulmón, en dos plantas y con un espacio abajo que era su local (trabajaba con caños de agua). Un día, cansado ya de subir escaleras, se mudó. Y tras un tiempo, compraron la casa unos chinos.

    Parte II: Mamá, la Chinositter

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    Con los nuevos vecinos acomodados, y yo transcurriendo mis tempranos 20, la idea de un nieto estaba sólo en la intrincada mente de mi vieja. En ese entonces, mientras todavía vivía con mis padres, una tarde llamaron a la puerta. La nueva vecina le preguntó a mi madre si podía cuidar de su beba, mientras acondicionaban y luego atendía el flamante supermercado que estaban por abrir. Era un win-win: mi vieja saciaba en parte su necesidad de nietos, recibía un pago en compensación y yo quedaba relevado de mi obligación. Por el momento.

    Llegó Rocío, con algunos meses, y se incorporó a la vida familiar todos los días menos los domingos, desde que abría el súper hasta que cerraba. Yo la veía poco, ya que el combo facultad + trabajo casi siempre hacía que yo me vaya antes y llegara después de que ella volvía a su casa. Obviamente, mi mamá se encariñó al punto de quererla muchísimo mientras la vio crecer. Hasta que un día, cayeron con la noticia: era hora que Rocío volviera a China, a estudiar y crecer allá.

    No sé si estoy en condiciones de juzgar esa idea. Cada uno elige lo que cree que es mejor para su hijo, de acuerdo al modo en el que fue criado. Lo que sí fue innegable el vacío que eso dejó en el corazón de mi mamá. Mi viejo, un poco más desapegado, también lo sufrió; pero de ningún modo, del modo que mi vieja lo hizo. Recuerdo verle a través de la cara , con una transparencia abrumadora, el alma destrozada mientras Rocío se iba diciendo «bela, bela» en su español rudimentario.

    Parte III: Hola, Tiziano

    Tras la partida de Rocío, hubo varios visitantes temporarios. Aún solida por la primera ausencia, le costaba a mi vieja conectarse con ellos. En el interín, yo abandoné el nido paterno. Un buen tiempo después, la vecina había tenido un nene, y con poco más de un mes, le preguntó a mi mamá si podía cuidarlo. A partir de la llegada de Tiziano, y seguramente como parte de la coyuntura del nido vacío, hubo un vínculo fuerte entre los dos. Fue en ese entonces que la familia tendría por delante un sacudón violento. Pero todavía no lo sabíamos.

    Parte IV: Adiós, Papá

    Un día me sonó el celular mientras estaba en la oficina. «Papá está internado.» Volé de zona norte a caballito en 15 minutos, para encontrarme a mi viejo en una cama de sanatorio. Fue la primera vez que lo vi frágil. La primera vez que entendí una realidad que nadie piensa: la vida de mi papá era finita. Poco tiempo después de eso, los dos estábamos frente a un médico que decía cosas como cáncer y metástasis. Y de pronto la vida como la conocíamos dejó de ser.

    Papá y Mamá, en el casorio de Diazpez. La cantidad de cosas que cuenta esta foto sin una palabra.

    En septiembre del 2014, y después de que nos pudimos decir absolutamente todo lo que necesitábamos, mi viejo se fue, Mientras mi vieja se aferraba a Tiziano como su remedio frente al dolor, yo redefinía mi relación con ella. Siempre fuimos poco demostrativos, muy pragmáticos. Durante todo el proceso de la enfermedad de mi papá fuimos pares. Durante toda esa travesía, me casé, y me apoyé en mi mujer de modos que sólo ella entiende. Lo que nos quedó por hacer fue acomodar la nueva realidad de mi mamá, sola después de 34 años. Le propusimos viajar, tomarse vacaciones: la respuesta era invariablemente que no. Que no quería dejar la casa sola, que los perros, mil etcéteras. Hasta que un domingo en el que nos habíamos juntado a comer, el chino de al lado vino a preguntarme si la dejaba viajar.

    Parte IV: Los Preparativos

    Con el plan en marcha, sacamos el pasaporte. De ahí a sacar la visa, luego los pasajes. Luego, las valijas. Luchar con las 70 cosas que no tenía que llevar y se llevaba, y con las 500 que tenia que llevar y no pensaba que eran importantes. Darle mil consejos y saber que no iba a escuchar 1200. Pedirle por favor que me de bola con lo de la trombosis. Imprimirle la nota de Floxie y tomarle lección. Llevarla a comprar las medias de compresión para saber fehacientemente que las tenía. Revisarle las patas antes de salir para el aeropuerto para ver si se las puso. Revisar con ella cada escala, los mapas de los aeropuertos. Mi mujer le armó la única valija que llevaba, y el bolso de mano. Con todo listo, salimos para Ezeiza.

    Haciendo la cola del checkin, tuiteé esto:

    La mamma. 74 años, primer viaje en avión. EZE-GRU-DOH-HKG-Fuzhou. 41 horas.
    Nunca es tarde. Nunca. pic.twitter.com/wi6MYD4hls

    — Diazpez (@diazpez) 9 de mayo de 2017

    En Económica de Qatar, excelente servicio. Comió pollo, que es lo único que sabe pedir en inglés.

    Poco después, tras un incidente chino-familiar que desarrollaré en otro post, llegaron los abrazos. Y ahí medio que entendí todo. Entendí que pese a lo que puedo o no saber sobre aviación y viajes, el temor a que algo le pase era real. Y también entendí que con 74 años mi vieja finalmente se decidió y emprendió un viaje increíble. Aun con lo poco demostrativos que somos, nos hemos dejado claro que nos queremos de varias formas.

    MIentras está allá, a 20.000 km, hablamos todos los días. Me cuenta que en las 41 horas de vuelo sobrevivió con 4 palabras en inglés: Sugar, Coffee, Water, Chicken. Me manda fotos, aunque los videos se le complican. Aprendió a llamar por videoconferencia de whatsapp, pero se pone el teléfono como si fuera de audio, y entonces invariablemente lo único que le veo en cada llamada es el pelo. Me llama a las 2 de la tarde cuando vuelve de almorzar, sin terminar de entender que acá son las 3 am. Pero no importa. Va a volver sola en 20 días, y ojalá se acuerde todos los consejos que le dimos.

    Allá anda mi vieja, del otro lado del mundo. Y lo más importante que me enseñó es que nunca es tarde. Para ningún viaje, para ningún sueño. Nunca es tarde para volver a encontrarse con Rocío. 

     

     

     

     

    AUTOR
    Pablo Diaz (Diazpez)
    Pablo Diaz (Diazpez)

    Desde 2017, haciendo periodismo aeronáutico. Award-Winning Journalist: Ganador de la edición 2023 de "Periodismo de Altura", otorgado por ALTA. Facts don't care about your feelings.

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