La historia arranca el Domingo, llegando a Heathrow mucho tiempo antes, porque me gusta la vida de aeropuerto. Mi vuelo a Washington salía a las 7:30, lo que hacía que el check in empezara 4:30. Yo llegué a Heathrow a las 18:30, más o menos. Insisto, me gustan los aeropuertos.
El calor que hizo en Londres en la última semana hacía que la estadía en los confines del área de embarque de la Terminal 2 fuera bastante apacible: la ola de calor estaba llegando, y yo le escapaba por poco. El aeropuerto era el primer escalón del limbo entre el infierno de Londres y el paraíso de volver a casa.
Los Dioses eran buenos conmigo: después de una semana Netflix me reconoció en una zona Internacional o algo, porque en la lista de cosas para ver apareció finalmente el último de la serie de Luis Miguel. Pude terminarla -y quedar consiguientemente manija- y avanzar con otras series que también tengo pendientes. Finalmente y después de varias horas, abre el check-in, despacho mi equipaje, paso seguridad y espero por el primer tramo de mi regreso a casa.
Arranca la vuelta. Mucho material para compartir. Mucho aprendizaje. Pero ahora, a completar la Serie 7 de Boeing con el 757 de @united y apuntarle a casa para ver a los míos. pic.twitter.com/fSi92ucrIv
— Diazpez (@diazpez) 23 de julio de 2018
Pocas cosas me hacen más feliz que viajar. Pero una de esas pocas cosas es la familia. Mi mujer, mis gatos, mi perra. Generalmente controlo la intensidad de cuánto los extraño hasta casi emprender el regreso. Esta vez, ya sentía la necesidad de acariciarlos y de sentirlos cerca mucho antes. En fin, subimos al avión, puertas en armado, crosscheck y reportar. Pushback. Washington, allá vamos.
El 757-200 de United es una gloria: tiene el encanto de los aviones de hace dos décadas, donde el espacio era importante, el confort no se negociaba. Uno ve el techo y los overhead bins y piensa que mucho Airspace, Atmosphére, Sky Interior, pero no se compara con los cuadrados medianamente mal iluminados que adornan el 757. Elijo el 57 todos los días.
Llegamos a Washington, el proceso de ingreso y rechequeo del equipaje es rápido. Un calor espeso invade la terminal: afuera amaga a llover, y la humedad se siente en el aire. Al igual que en Londres, el calor es intenso. La inmensa cantidad de horas que llevo las zapatillas puestas en esta humedad se cobran dos víctimas: las medias. Las siento mojadas, y es una sensación que me cuesta soportar.
Llega la hora de embarcar para ir a Newark: todo es amable y todo va como debe. Me van a quedar unas horas para recorrer. En fin, subimos al avión, puertas en armado, crosscheck y reportar. New York City area, allá vamos. Pushback. Y acá arranca el quilombo.
El avión hace literalmente 15 metros de pushback y se frena. La tripulación nos informa que parece haber un inconveniente con los sistemas de vuelo, y están llamando a mantenimiento para evaluar el asunto. Pasan diez minutos, esperamos a mantenimiento. El avión vuelve a la manga. Llega mantenimiento, hace pruebas, se puede ver cómo intentan aislar la falla porque la puerta del cockpit está abierta. La tripulación nos mantiene constantemente informados: dicen que van a tomar una determinación en unos quince minutos. Una auxiliar de tráfico
No pudo ser, N410UA. No se dio. pic.twitter.com/q7GEwjn5FE
— Diazpez (@diazpez) 23 de julio de 2018
empieza a contactar a los pasajeros que tienen conexiones: yo todavía no me preocupo. La hora es aproximadamente 13:30 y mi vuelo a Ezeiza desde Newark sale 21:45.
Casi una hora después de abordar, nos indican que es hora de desembarcar. Nos juntamos todos en el gate, y vemos como el A320 se va. Se da una hora estimada: 15:00. Luego se cambia a 16:00. 16:45. 17:50. 18:45. Ya empieza a preocuparme perder la conexión.
Vale una aclaración: sería de una hipocresía absoluta decir que todas estas demoras no me molestaron, o me resultaron incómodas. Pero a partir de las cosas que uno conoce sobre cómo funciona la industria, creo que sería todavía más hipócrita ponerme en modo full pax -y luego entendería que hay una categoría inferior: full pax Argento- y arrancar a los gritos o a la queja airada, vacía y francamente contraproducente.
La aviación comercial tiene eventos de éstos todos los días. En todos lados, y con todas las compañías. Me tocó a mí, como le toca a miles de pasajeros. La diferencia está en cómo reacciona la aerolínea. Qué recursos tiene. Cómo los pone en juego. En última instancia, un fallo técnico es un fallo técnico. Lo importante es cómo mitigar ese fallo en el pasajero y su experiencia.
Cuando el último cambio de horario indicó que el avión saldría para Newark a las 20:25, mi conexión era imposible. Me acerco a Customer Services, para ver qué alternativas tenía. Me ofrecen entonces un vuelo de Washington a San Pablo por United que sale esa misma noche, y acomodarme en el tramo GRU-EZE en un vuelo de LATAM.
Acepto, me emiten los nuevos Boarding Pass, hacen el re routing de las valijas y me dan un voucher para cenar. No tuve que patear un mostrador. No tuve que pedirlo a los gritos. De hecho, no tuve que pedirlo. Me lo dieron. Mientras camino hacia el gate, siento los pies húmedos. Me compro las medias más feas que encuentro, pero me las cambio. Ese sólo detalle hace que el resto de esta odisea sea más llevadera. Deberé recordar para la próxima, que al kit de emergencia de layovers le agregue un reemplazo de medias.
Después de la cena, cruzo el pasillo y me acerco al gate asignado para salir. Videollamada con mi mujer, se nota el cansancio, pero ya estoy un poco más cerca. Llaman a embarcar, el vuelo sale a las 22:00. Suspenden el embarque, porque un vuelo con 46 pasajeros que toman este avión está llegando demorado. El nuevo horario de salida es 23:00. Finalmente embarcamos. El vuelo despega, sin mayores novedades, a las 23:10. Sé que era un 767-300 porque lo leí antes de subir. Caí rendido y no recuerdo ni haber llegado a altura crucero. Me despierto con el desayuno, a una hora de aterrizar. Llego a Guarulhos, desayuno algo, tengo que esperar hasta las 13:40 para el vuelo a Ezeiza.
Finalmente, y cuando ya nada más podía pasar, embarcamos. Puertas en armado, crosscheck y reportar. Empieza el pushback. Y se frena. Hay que dejar bajar a un pasajero que no se siente bien. En el asiento 26A, uno que ustedes conocen cabecea con ganas y frustración el asiento de adelante. Esperamos a que le bajen la valija. Cierran la puerta de la bahía de cargo. Estamos para salir. Empieza el vuelo, y hacia Ezeiza vamos. Uno de los aterrizajes que filmé con más ganas en toda mi vida, es este de acá.
Pude usar el sistema de migraciones express, salí por aduana sin ningún drama. Había declarado mi computadora y la cámara antes de salir por lo que no hubo problemas. No me compré tantas cosas, no paseé tanto: fui a laburar. Empujando el carrito con nada de fuerzas, pasé las puertas que dan al hall de la terminal A. Y ahí estaba mi mujer, esperándome. Por fin había llegado a casa.
Volví con el genio de Guillermo, de Au Revoir, de quien contaré su servicio en un post aparte. Descargamos el equipaje en casa, saludé a gatos y perra, comimos algo y dormí en mi cama, con mi friolenta esposa apoyada contra mí buscando calor. Si alguien tiene una mejor versión del paraíso, venga que lo peleo.