Hay lugares para estar, y momentos para estar en esos lugares. Tuve la suerte de haber visitado Mendoza antes, pero no en la época de la Vendimia. Y anoche, en la Fiesta de la Cosecha, pude entender a la provincia de un modo que no imaginaba posible.
No descubro nada si digo que es una de las provincias más lindas del país. No sorprendo a nadie si me pongo a hablar de la mezcla de paisajes y colores. No agrego información si cuento cómo el vino es un elemento ubicuo, omnipresente, casi ineludible de Mendoza. Todo eso lo aprendí la última vez que vine. Lo que pasó anoche va mucho más allá de todo eso, y de un concierto. Paso a contar. Permiso.
Las nubes amenazaban desde la tarde con apropiarse de un protagonismo indeseado: de hecho, en algunas regiones el granizo caído había hecho estragos mientras en la capital apenas había pasado un chaparrón menor. Aun con la amenaza y un cielo que imponía respeto encaramos para el aeropuerto, sede de la Fiesta de la Cosecha.
Sorprende ver los viñedos rodeando la terminal: concesionados por Aeropuertos Argentina 2000 a Estancia Mendoza, le dan a los viajeros una señal inequívoca de que en la zona se respira tierra y uva; vendimia y tradición. A un costado, un escenario y enfrente, el lugar donde más tarde se acomodarán 12.000 personas. La noche avanza y el clima -el meteorológico y el humano- van de la mano.
Llegan las autoridades: el gobernador Cornejo, el intendente del Departamento de Las Heras, Francisco Lo Presti; el gerente general del Aeropuerto de Mendoza, Sergio Rinaldo y el CEO de Aeropuertos Argentina 2000, Daniel Ketchibachian. También estuvieron presentes los representantes del Fondo Vitivinícola y de Bodegas Mendoza.
Llegan los invitados, los periodistas, llega la gente mirando al cielo que todavía asusta: a la hora señalada, la Filarmónica de Mendoza da inicio a dos horas de magia absoluta. Suben al escenario Maggie Cullen, la Bruja Salguero, ocho cantoras mendocinas, los Tabaleros, Kevin Johansen y su hija, Benito Cerati y Nahuel Penisi.
Y ahí, en algún momento entre la Zamba del Riego y la Tonada del Arbolito, la lluvia que parecía inexorable decide esperar. La imagino dando la vuelta como un gato, tal vez justo cuando suena un gato, acurrucándose para escuchar. Ya habrá tiempo. Qué daño hace esperar un poco más.
La Filarmónica crea un momento maravilloso ejecutando «Planetas Argentinos», un recorrido instrumental por los clásicos del rock nacional y le da inicio a la segunda parte del show, en la que sonarán maravillas como Alma de Diamante cantada a dúo por Benito Cerati y Nahuel Penisi o Todos los Días un Poco, por Penisi y Maggie Cullen.
Transcurrió la noche y la música peleaba palmo a palmo con el vino por el protagonismo de la identidad mendocina, que se completa en la Vendimia. Pasan las reinas departamentales, pasan los bailarines folclóricos, pasan los aplausos. La lluvia espera, paciente, a que llegue el momento apropiado.
Todos los artistas cantan y brindan en el escenario, dando un cierre perfecto a una noche perfecta. La gente aplaude, feliz tras dos horas de emoción y placer. No hay puntos flojos en la ejecución de los artistas, que entregaron un amasijo apasionado de talento y emoción.
En esa noche, entendí que la conexión de Mendoza con el vino es muchísimo más importante y profunda que una estrategia turística, un esfuerzo de marca, o una actividad económica: está en las raíces, en la sangre de la gente. Hay un orgullo que se siente en la piel.
Finalmente, una media hora después de terminar el show, la lluvia se decidió y cayó copiosamente sobre el epílogo de la Fiesta de la Cosecha. Agradeciendo la deferencia de esperar hasta que comenzara la desconcentración, volvimos al hotel. Pensando que, con la Vendimia en ciernes, Mendoza tiene hermosos días por delante.