Finalmente, y después de meses de trabajo, la Junta Nacional de Seguridad en el Transporte (NTSB) completó el 6 de agosto la primera de las audiencias convocadas para investigar las circunstancias del incidente que tuvo como protagonista a un Boeing 737 MAX 9, donde una puerta anulada se desprendió poco después del despegue. La audiencia, dirigida por la presidenta de la NTSB, Jennifer Homendy, planteó una importante serie de preguntas que nadie pudo -o quiso- contestar y reveló que la profundidad de los problemas sistémicos dentro de los procesos de producción de Boeing es sorprendente y peligrosa.
Durante la sesión, los representantes de Boeing, Spirit AeroSystems y la IAM (el gremio de mecánicos de Boeing) la tuvieron extremadamente difícil. Fueron 10 horas de testimonios y la revisión de 3,000 páginas de registros, y aún así, no se pudo establecer la secuencia exacta de eventos que llevó al incidente. Increíblemente, la primera pregunta (y la más importante) sigue sin respuesta: ¿quién tuvo la culpa? Homendy enfatizó la necesidad de transparencia, sorprendida por la falta de claridad sobre quién fue responsable de los errores críticos en los días previos al percance.
El panel del fuselaje que reemplazaba a la puerta anulada -Alaska tiene una configuración de asientos que le permite inutilizar ese par de puertas de emergencia, lo que a su vez le permite reducir la cantidad de tripulantes de cabina- había llegado a las instalaciones de Boeing en Renton desde la fábrica de Spirit AeroSystems en Wichita, Kansas, con defectos iniciales en cinco remaches. Y ahí empezó una secuencia que si no fuera criminal, sería fascinante. Un trabajador de Spirit firmó erróneamente la corrección, confundiendo la aeronave con otra en la que se estaba trabajando el mismo día. Qué mejor muestra del desorden en el registro de datos y el ambiente de alta presión en las líneas de producción de Boeing.
El Boeing 737 MAX, víctima de una cultura de trabajo tóxica
Los testimonios revelaron problemas sistémicos que contribuyeron al incidente: los trabajadores de Boeing y Spirit AeroSystems describieron un ambiente de trabajo desorganizado y tenso por la presión para cumplir con plazos de entrega casi imposibles. La investigación reveló que documentación clave y una serie de inspecciones obligatoria no se realizaron o se hicieron con negligencia, permitiendo que la aeronave saliera de la fábrica con un defecto crítico. Además, los plazos de formación y capacitación se redujeron enormemente, lo que puso a personal con poca experiencia y formación a trabajar en piezas clave de los fuselajes.
En respuesta al desprendimiento del panel, Boeing dice haber implementado medidas para mejorar el control de calidad. Elizabeth Lund, vicepresidenta de Calidad de Boeing, afirmó que la compañía aumentó las inspecciones de los fuselajes provenientes de Spirit, lo que se tradujo en una reducción del 80% en los defectos. Boeing, rendido ante la evidencia, no tuvo otra opción que comprar Spirit AeroSystems para mejorar la supervisión y la calidad dentro de su cadena de suministro. Sin embargo, aún como nuevo dueño, no le fue posible identificar al personal responsable de reinstalar el panel defectuoso.
La investigación de la NTSB descubrió 62 casos similares desde 2019, donde los paneles de las puertas fueron removidos y reinstalados sin problemas. Si bien 62 operaciones de mantenimiento sobre los paneles parecen mucho, deja en claro que lo que pasó con el 737-9 de Alaska es una falla individual de un proceso probado y conocido. No es excusa ni atenuante, sino todo lo contrario: es evidente que en el caso específico del incidente, los controles cruzados y recurrentes fallaron, el soporte documental fue por lo menos deficiente y la autoridad aeronáutica también tiene una parte importante de responsabilidad por cierta laxitud en el control. Un verdadero Quality Escape, como decía el CEO de Boeing, William Calhoun. Y ya sabemos cómo le fue.