Ayer, en la evolución de la noticia del 737-700 de Southwest que tuvo la falla que destrozó el carenado del motor y terminó matando a una pasajera, se conoció esta foto:
Hasta donde el ojo ve, no hay un sólo pasajero que tenga la máscara bien puesta. Ni uno. Allá sobre la derecha se ve a uno con el celular en la mano. Filmando, sacando fotos, lo que sea. El mismo que está en primer plano, transmitiendo en Facebook Live.
Seguramente, como hacemos todos, cuando se repasaron las instrucciones de seguridad al principio del vuelo, estaban haciendo cualquier cosa. Seguramente, son de aquellos que con el avión todavía desacelerando en pista, ya se empiezan a desabrochar los cinturones. Seguramente, son parte de esos seres superiores a toda regla, que van por la vida tentando a la suerte. Seguramente, son parte del selecto grupo de los vivos.
Los vivos son así: viajaron tanto que ya el safety briefing no les importa. Mientras un TCP le cuenta cómo la industria perfeccionó procedimientos para que las posibilidades de supervivencia ante un incidente aumenten, el vivo está con el celular. Luego va a protestar porque le piden que lo ponga en modo avión.
El vivo con panza no pide extensión de su cinturón, y se lo cruza encima por vergüenza. O por fiaca. O porque piensa que ante un accidente, no le va a cambiar nada estar atado o no. El vivo se levanta y camina contra la indicación de la tripulación, porque no pasa nada. El vivo no sabe adónde está la puerta de emergencia más cercana.
El vivo pide fila de salida de emergencia porque tiene más espacio para las piernas. Y cuando le preguntan si entiende qué responsabilidad implica estar en esa fila si hay una emergencia, dice que sí rápido sin tener ni idea de lo que le van a pedir. Ya se sentó. Ya tiene lugar para las piernas.
En una emergencia, el vivo primero se vuelve a calzar, después buscará el carry on, las bolsas del free shop, la campera Uniqlo, agarrará todo y recién ahí verá -si puede ver- para dónde salir. Discutirá con la tripulación por qué no se puede tirar con las valijas por el tobogán. Bajará rápidamente y en el mismo movimiento en el que deja el slide saca uno de los Iphone X que se estaba trayendo escondidos entre las piernas y empezará a grabar. O hará Periscope, o una historia de Instagram. La vida virtual prima sobre la vida real. Si no puedo transmitirlo, no pasó.
Del otro lado, las líneas aéreas seguirán empatizando con el vivo, lo llamarán «pasajero frecuente» y le dirán con sutileza que lo que están haciendo sus empleados es una obligación y que en realidad es una formalidad porque a todos los aburren los videos de briefing tradicionales. E invertirán miles de dólares en crear un safety briefing excelso, lleno de celebrities. Pasado ese momento incómodo en el que por regulación los empleados están obligados a recordarle a los pasajeros que lo que están haciendo todos juntos es una operación riesgosa, la empresa puede seguir mandando a los empleados a vender artículos del free shop a bordo. Y atrás, a servir el desayuno.
Hay una realidad insoslayable, que tiene que ver con la naturaleza de la actividad: la aviación comercial es una industria extremadamente compleja, llena de riesgos conocidos y con algunos todavía por conocer. Es inevitable la exposición al riesgo. Lo que regula la actividad son los organismos estatales que verifican que la ambición de los emprendedores privados no se lleve puesto ningún control, o que la misma autoridad aeronáutica deje de ver algo que tendría que estar mirando.
No es sensato, prudente o acertado elaborar teorías sobre lo que pasó todavía, aunque ya se vayan sabiendo varias cosas. Lo que hoy podemos afirmar es que, no importa cuál haya sido el resultado inicial, lo que se ve en la foto de más arriba habla claramente de un desapego a las normas de seguridad que se le indicaron al mismo grupo de pasajeros apenas dos horas antes.
En el mejor de los casos, la responsabilidad es compartida. Y si lo pensamos un poquito, ya bastante uno delega cuando se sube a un avión. Entonces, queda hacer las cosas lo mejor posible del lado de uno para aumentar las probabilidades de sobrevivir.
Existe la visión aterradora y reduccionista que indica que todos los incidentes y accidentes aéreos terminan en grandes bolas de fuego cayendo, o en terribles tragedias en las que todos fallecen. Si bien es inevitable e innegable que tal cosa ocurra, son muchísimos más los incidentes/accidentes en los que las fatalidades se reducen a algunos pasajeros dentro de un grupo mucho mayor.
Lo explicábamos en la nota sobre turbulencia, y se prueba estadísticamente: Sólo el 15% de los accidentes conlleva pérdida de vidas, y de ese total, más del 70% tiene que ver con eventos que pudieron ser evitados o mitigados siguiendo instrucciones que se dan -todos los días, en todos los vuelos- en los safety briefings.
Por eso, hay que ser menos vivo, y entender dos cosas:
- El briefing de seguridad se hace por algo: es para incrementar las chances de salvarle la vida. Déle pelota. Son dos minutos. Siga instrucciones. En una emergencia, si no puede o no sabe ayudar, simplemente trate de mantener la calma y hacer lo que le indican. Identifique las salidas. Mantenga el cinturón puesto.
- Entienda que la tripulación hace bastante más que atenderlo: está entrenada para ayudarlo a sobrevivir. Hagale las cosas fáciles, y vea como crecen sus chances de salir caminando.
Finalmente, entienda que a la larga, está volando en un cilindro de metal y materiales compuestos, a 12.000 metros del piso. No se asuste. Sigue siendo más seguro que ir por la ruta 14 al carnaval de Gualeguaychú. Lo único que le pido, es que no se haga el vivo. Y se mantenga vivo.